Esta semana una querida
amiga que está en un país de esos que están al otro lado del mundo, con diez
horas de diferencia, me envió un correo electrónico, muy largo y con mucho
cuento, lo cual hacía mucho tiempo no recibía (el WhatsApp casi acaba con el
correo electrónico y el Messenger), sin embargo, yo pude leer su “carta”, larga
y extendida y recordé cuando salíamos a la puerta a recibir al cartero y la
alegría que producía ver quien enviaba la carta y abrir con rapidez el sobre.
Nicholas Negroponte suele decir que: la
información escrita o impresa sobre un papel y transportada de acá para allá en
vehículos son "átomos", mientras que las informaciones transportadas
por el correo electrónico son "bits".
Si mal no recuerdo el año 1996, cuando conocí el correo electrónico,
escribir un e-mail, para mí, era todo un evento, no coger un bolígrafo, una
hoja de papel y sentarme a pensar como transmitir mis ideas a alguien que se
encontraba en otro lugar, me resultaba extraño, hoy no solo los correos
electrónicos, sino todas las variedades de redes sociales, son elementos
cotidianos que nos facilitan las comunicaciones.
Con el paso del tiempo el correo electrónico se convirtió en un
sucesor de las cartas, pero mucho más eficiente, la distancia ha dejado de
sorprendernos y acabó con la tradición de ir al correo a comprar las
estampillas y “ensalivarlas” con la finalidad de lograr que éstas se pegaran en
el extremo superior derecho del sobre. Era transcendental poner con sumo
cuidado y con letra bien clara, nombre y dirección, tanto del remitente como
del destinatario, para que pudieran llegar sin problema al destino correcto y
el destinatario supiera al recibirla de inmediato de quién provenía o en caso
excepcional devolver la carta por no estar el destinatario ya en esa dirección,
lo cual tardaba días para que el remitente se enterara, cuando la dirección del
e-mail está mal escrita o no existe lo sabes de inmediato.
Hoy en día, al abrir la “bandeja de entrada” del correo electrónico, se
ve una lista con los nombres de los remitentes, “eliminamos” sin leer aquellos
que no nos interesan, los contenidos los revisamos a una velocidad
impresionante, el responder siempre es “para después” y ese momento a veces,
tarda días en llegar al punto que se nos olvida. Mis comunicaciones se han
convertido en mensajes muy cortos, me imagino que las de ustedes también.
Reviso mis redes sociales todos los días, de mis amigos o seguidores del blog,
pero recibo mucha “propaganda” y notificaciones al igual que “spam”, que no me
interesan para nada, todo esto lo elimino de inmediato y ahora te envían videos
que pueden ser interesante, el cual se interrumpe sin aviso y te meten publicidad
y aunque la puedes saltar, me incomoda, estos también los elimino apenas me
aparece la publicidad. En ningún momento me opongo utilizar las redes sociales,
al contrario, son necesarias, sin embargo, todo esto me hace pensar que
pareciera que se ha creado una realidad extraña, donde nuestra comunicación
personal por las redes ha dejado de tener contenido y se ha convertido en mera
forma.
Nos comunicamos de manera cotidiana con muchas personas, pero lo hacemos
de manera muy superficial. La comunicación masiva tiene su magia…y su límite.
Tengo momentos de silencio en los que, trato de descansar de las redes sociales
y le confieso que lo hago con cierta nostalgia, pero esta hipercomunicación
cotidiana en que estamos sumergidos me agobia y al final no existe un diálogo
de fondo. “Somos como borrachos en un bar dando gritos sin podernos oír”, así
tipificaba un comediante por televisión, que vi estos días, la comunicación en
las redes. En conclusión. Todo esto
surgió del e-mail que me envió mi amiga. El haberle respondido extensamente, el
dedicarle tiempo, en pensar que decirle y como decírselo, me proporcionó mucha
alegría, la sentí cerca y hasta la imaginé leyendo mi correo. ¿Te ha pasado
algo así?
T.A.F