De hallacas y gasolina.


Hacer las hallacas decembrinas para mí no sólo significa una costumbre, sino que es un asunto de compromiso generacional, heredado de mi madre, quien a su vez lo heredó de mi abuela, donde años atrás se incorporó mi hija y ahora mi nieta. Las hago siempre a finales de noviembre, no obstante, este año por lo momentos tan complicados que estamos viviendo, esta fecha hubo que “correrla” para la semana pasada. Como toda familia venezolana sabe, hacer las hallacas no es una experiencia nada fácil, yo la catalogaría de compleja, no es simplemente prepararla y sentarse a disfrutarlas una vez listas. Es una experiencia con múltiples tareas, que implica planificación, organización de un equipo, controlar y muy poca improvisación. Es necesario definir fechas, pues las hallacas, como decía mi mamá “las hallacas tienen víspera y día”, comprar los ingredientes, que es uno de los pasos importantes, hay que obligatoriamente elaborar un presupuesto, debe hacerse una predicción de cuánto van a costar, lo cual en estos momentos con la “loquera” de precios que hay, es necesario rebuscar precios para comprar lo indispensable, calcular bien, dependiendo del número de hallacas que pensemos hacer y no irse de las primeras, “alargar el dinero” lo más que podamos. Pensar y repensar para que no nos falte nada, evitando la improvisación.

Las personas que me conocen saben lo obsesiva que soy cuando tengo un pendiente. Así que todo este proceso de planificación, de organización lo hago todos los años. Este año empecé a comprar los ingredientes para el guiso y los adornos, el lunes pasado, para el miercoles en la tarde ya tenía todo listo inclusive, las hojas ya limpias y picadas para no solo hacer hallacas, sino como es costumbre en mi familia hacer también, bollos y carabinas. Todo listo para empezar a “armar” las hallacas el jueves.

Pero, adivinen, no contaba que la gasolina del carro, estaba ya en “échele” y que el viernes le tocaba a mi placa.  Aquí empezó   mi corre-corre, primero encontrar un puesto salidor, el cual conseguí con la ayuda de mi vecina Albita, muy colaboradora, pues, basta estacionar frente al edificio donde vivo para estar salidora el día que me toque y segundo esperar que llegue el camión con la gasolina a la bomba, que está en la esquina de donde vivo y si no llega ese día tengo que dejar el carro en la misma posición cinco días, para que me vuelva a tocar la placa y lo más grave que no podía dejar las hallacas a medias hacer, sin “armarlas”. Coloqué el carro el jueves a las once de la mañana, esos dos días fueron inusuales, como dicen, me encontré con personas muy solidarías y sociables, jamás había conversado con tantos motorizados. Colgaron hamacas, instalaron carpas, otros dormían en los carros, unos traían café, otros contaban chistes, me dieron toneladas de consejos de como ahorrar gasolina. Yo tenía la ventaja que me fui a dormir a mi casa como a las nueve sin problema, la tenía al frente. Cuando regresé el viernes, a las cuatro y media de la mañana, todo igual, venia la numeracion de los carros, pero había que estar presente para que te asignaran un ticket con el número que te habían asignado, me tocó el número nueve y ese proceso empezó a las cinco de la mañana, como a la hora llegó el tan esperado camión y empezó el proceso de llenado, primero los motorizados, después los “renales”, médicos, personal de la salud y al final nosotros.

Mis hallacas las retomé el viernes en la tarde, han sido las más acontecidas que he hecho.

T.A.F.