No es muy difícil darse cuenta, que la mujer ha sido durante la historia de la pintura, como expresión artística, el sujeto mas representado en las pinturas, sin embargo pareciera que no han existido mujeres pintoras. Esta semana leí en un periódico digital español, la existencia de una plataforma, llamada “La Roldana”, que justamente tiene la intensión de reivindicar el papel de la mujer en la historia del arte. Fíjense que al hablar de grandes artistas de la pintura se nos viene a la cabeza decenas de nombres de hombres: del renacimiento, del barroco… y de nuestro tiempo, pero con gran esfuerzo solo se nos viene a la mente unas cuatro o cinco mujeres, pero la verdad es, que durante todas esas épocas hubo también mujeres artistas que destacaron por sus cualidades pictóricas, pero que han sido silenciadas y muchas siguen siendo al día de hoy unas grandes desconocidas.
En esta entrada quiero referirme a una de esas mujeres, que para mí dejó de ser una desconocida el año pasado cuando la descubrí, en un artículo que se refería a la sonrisa de la Mona Lisa de Da Vinci, se trata de la pintora, Élisabeth Louise Vigée-Le Brun.
Élisabeth, fue una pintora de la aristocracia francesa de finales del siglo XVII, se hizo famosa por ser la retratista favorita de la reina Maria Antonieta, de la cual hizo 35 cuadros. Nació en Paris el 16 de abril de 1775, en el seno de una familia humilde pero su padre Luis, fue un retratista, lo que le dio acceso a los artistas de la época. Desde muy temprana edad demostró tener un don para el dibujo y la pintura, de su padre recibió sus primeras lecciones de pintura y aunque no le permitieron recibir educación formal por ser mujer, se las arregló para trabajar en un taller de pintura, donde recibió algunas clases de pintura al oleo y a la vez aprovechaba para visitar las galerías mas importantes de la ciudad.
En 1783, usando las influencias de la Reina Maria Antonieta y el Rey Luis XVI, pudo reclamar uno de los cuatro asientos reservados para las mujeres en la Academia de Pintura francesa, pero no fue una artista convencional, en sus retratos, no se limitaba a reproducir modelos como se acostumbraba, sino que empezó a revelar un nuevo ideal femenino, que rompía con lo que caracterizaba al arte rococó. Élisabeth se inclinó por la sencillez que marcó los años anteriores a la Revolución francesa, cuando se extendía el ideal de la vuelta a lo natural, lo cual ella misma encarnó en su obra “Autorretrato con sombrero de paja”, este cuadro donde ella se presentaba como una mujer moderna e independiente para su época, sosteniendo las herramientas de su trabajo: una paleta con colores y pinceles manchados de pintura, fue ademas un acto de afirmación de su arte.
Élisabeth le gustaba pintar sus modelos adultos con la boca entreabierta, semejando una leve sonrisa, un rasgo de naturalidad que fue muy criticado por la aristocracia. Pintó un autorretrato, pintura que acompaña esta entrada, donde luce una expresión con los labios separados, con una sonrisa recatada, acunando a su hija pequeña, en una actitud maternal irradiando intimidad. Ambas con vestidos de gasa sugiriendo una ternura con la cual ambas se identifican. Por supuesto, que las características de naturalidad del cuadro no cumplía con la reglas establecidas sobre las representaciones faciales que debían tener los cuadros de ese entonces. Sin embargo este efecto de la sonrisa recatada fue el detalle mas característico de su carrera, pues le gustaba desafiar las convenciones. Hoy sus cuadros se exponen en galerías de mas de 20 países.
Murió el 30 de marzo de 1842, Fue enterrada en Louveciennes, en un cementerio cerca de su antiguo hogar. En su lápida se lee el epitafio “ici, enfin, je repose...” (“Aquí, al fin descanso…”).
T.A.F.