Monolito de Gaugin en la isla de Taboga |
El
hecho que el 8 de mayo se conmemora la
muerte del pintor francés posimpresionista, Eugène Henri Paul Gauguin,
me hizo recordar que, hace algunos años, llego a mis manos una historia
novelada titulada “El paraíso en la otra esquina”,
sobre la persecución de lo imposible por dos
personajes: Flora Tristán y su nieto, Paul Gauguin, de Mario Vargas
Llosa. Este libro me reveló muchos sucesos e información sobre el pintor
Gauguin que, hasta ese entonces, desconocía por completo, como es el hecho, que
había vivido en Panamá, inclusive, había trabajado en la construcción del
canal.
Así que cuando visite a Panamá, uno
de mis objetivos era conocer la isla de Taboga, sin embargo, me quede sin cumplir mi
deseo, el día que escogimos para ir, había tanta gente tomando el barco para
llegar a ella, que desistimos y tuvimos que irnos a una playa. Pero es tan
insólito la estadía de Paul Gauguin por Panamá, que se me ocurrido compartirla.
Gauguin
llegaba en abril de 1887 a Panamá, acompañado
de su amigo el también pintor Charles Laval. La
originalidad de la aventura no podía ser más clara: el término Panamá
significa en la lengua autóctona “abundancia de peses y mariposas”. Apenas arriba
al Istmo, se dirige hacia su sueño: la isla Taboga, “conozco una pequeña isla del Pacífico, casi deshabitada, libre y fértil,
situada a una legua en el mar de Panamá. Me llevo mis pinturas y mis pinceles y
me haré fuerte lejos de los hombres. Seguiré teniendo que soportar la ausencia
de mi familia, pero ya no soportaré esta mendicidad que me asquea” escribió
Paul Gauguin a su esposa Mette. Pero rápidamente se dio cuenta que allí no
podía vivir como “un salvaje”. ¿Pero cómo fue que Gauguin,
pintor francés considerado como uno de los máximos exponentes del
posimpresionismo, vino a parar a Panamá? Una carta fechada el 21 de junio de 1887, que
envió su amigo Charles Laval a
Madeleine Bernard, detalla que Gauguin, animado por la posibilidad de vivir
como un “primitivo” y aprovechando que su hermana Marie y su cuñado, Juan
Uribe, vivían en Panamá, decidió el viaje. Su cuñado se dedicaba a la
importación y comisión de productos, le propuso que se hiciera rico pintando
retratos de los personajes de la clase alta de la capital: comerciantes que
hacían fortuna con el negocio de las mercancías, el tabaco, los licores y el
abastecimiento de los grandes. Pero su sueño, exagerado y quizás irreal, se le
escurrió entre las manos y la desilusión fue clara. Sin embargo, en el istmo
logró “descubrir” su
destino: Martinica, en el corazón del Caribe.
“Mañana”,
escribe a su mujer en una carta los primeros días de mayo de 1887, “voy a ir a
trabajar en el istmo, a 150 piastras al mes; y cuando haya podido ahorrar otras
tantas, es decir, unos 600 francos (es cuestión de dos meses), me iré para la
Martinica” y le dice a la vez con melancolía
“Tengo que cavar desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la
tarde bajo el sol de los trópicos y con lluvia todos los días; y por la noche
me devoran los mosquitos”.
Martinica
fue el primer peldaño en la búsqueda, del “paraíso”, que acabaría en Tahití y
las Islas Marquesas, donde falleció a un mes de cumplir los 55 años, en la
localidad de Atuona, a las once de la mañana del 8 de mayo, enfermo de sífilis.
“Soy
un salvaje. Y las personas civilizadas sospechan esto”.
Paul
Gauguin