¿Por qué no envejecer con dignidad?

 


Existe una enorme industria que obtiene un gran beneficio con nuestra urgencia por tratar de evadir, que lo único seguro es el cambio o la impermanencia. Muchos sacrificamos la salud y nos hacemos daño con tal de ocultar las arrugas. Somos capaces de cualquier cosa por mantener la vanidad antes que el ser. Aceptar que todo pasará parece sencillo. Sin embargo, en una vida donde nos vamos apegando a las cosas, certezas y expectativas, asumir esa idea, se convierte en un gran desafío porque implica renunciar al control que tanto nos gusta.

La impermanencia es un concepto clave de diversas religiones y filosofías de vida; tiene un papel central en el budismo y en la práctica de yoga.

He mantenido comunicación con muchas amistades de mi infancia, pero a otras las he dejado de ver y cuando me encuentro con algunas de ellas, para mi es una gran satisfacción que me reconozcan. El otro día me pasó un episodio, yo no identifiqué de momento a una amiga que llevaba un tiempo sin ver, porque su rostro y su aspecto físico habían cambiado, debido a los implantes y al bótox, me causó angustia, sobre todo cuando su aspecto representaba más edad de la que tenemos.

En la sociedad “moderna” y de consumo que nos ha tocado vivir,  el convencernos de ser “eternamente joven”, es una de sus máximas que se ha convertido en norma social; gastamos grandes cantidades de dinero en tratar de seguir esa norma: cirugía cosmética, productos anti-edad, dietas, gimnasios, implantes, bótox etc... y ya sabemos que no es posible vivir por siempre joven y no reprocho quien decide usar algún paliativo para “aparentar “ ser físicamente joven, simplemente creo más bien, que  se trata de sentirse joven, sin importar los años que tengamos y que la verdadera edad la llevamos  en nuestro interior, llámese espíritu, llámese mente, pues lo cierto es que no existe una edad para dejar de sentir, para dejar de amar, para dejar de hacer planes para fijarse nuevas metas; si estos criterios no vienen de nuestras decisiones, nuestro organismo, seguirá persiguiendo a lo largo de nuestra existencia, los mismos sueños de nuestra niñez y de nuestra adolescencia.

Definir a una persona como vieja o joven, ha sido un principio sociocultural con diferentes sentidos, que ha dependido, de cada sociedad, de cada época y de sus creencias culturales. Es decir, el ser “viejo o joven” no se circunscribe únicamente a factores biológicos.

Las personas son más o menos viejas no por sus años sino por su manera de pensar y actuar. La desilusión no es ser viejo sino sentirse viejo.

El verdadero declive de nuestra existencia ocurre cuando inmovilizamos la mente y deja de ser productiva, cuando la persona se vuelve rígida y se resiste a los cambios, cuando renuncia a sus actividades normales, cuando empieza a vestirse de forma diferente o se reprime de hacer cosas, porque "ya no está en edad" de hacerlas, hay quienes dejan de bailar y de divertirse, quienes pierden la curiosidad y el interés por aprender, quienes empiezan a menospreciar a los que consideran demasiado jóvenes o inexpertos, quienes todo lo critican y todo lo ven mal, etc., Opino, que renunciar, rendirnos, echarnos en los brazos de la “vejez”, es una decisión personal. Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes… ¿de cuáles queremos ser?  depende de cada quién.
T.A.F.